(O del cuchillo como metáfora del amor)
Agujas no, se dijo él, que ya no pronunciaría una sola sílaba más, cuchillos, siempre cuchillos, ahondar con su filo en la carne confiada, ilusa, torpemente consciente de su consistencia, medir los instantes que opone la piel al metal decidido, comprobar con un escalofrío la fragilidad de los organismos vivos, un cuchillo, instrumento de placer y de poder, imagen que le atormentaba desde la infancia, lo había probado muchas veces, apoyando la punta del esqueleto agudo en la cara interior de su propio brazo, contra el irregular rastro de las venas moradas, y al principio la carne resiste, se defiende y refleja tan sólo una débil señal, un punto de color sobre la superficie clara, hasta que en algún momento la estructura se quiebra, sometiendo sus leyes a las del más fuerte, una hoja metálica de borde afilado que la rasga y penetra com un amante furioso, un amor que él solamente podía imaginar, porque nunca le había sido dado concer esa victoria, el cuchillo mata, recordó...
Te llamaré Viernes, Almudena Grandes
Estudio, copia por: Yael. Original: S. Juan Bautista niño, Murillo